Los gozos y las sombras by Gonzalo Torrente Ballester

Los gozos y las sombras by Gonzalo Torrente Ballester

autor:Gonzalo Torrente Ballester [Torrente Ballester, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1957-01-01T05:00:00+00:00


El boticario, a medio salón, se detuvo. Después hizo a Cubeiro un corte de mangas y se sentó tranquilamente.

—Es mi modo de darle la enhorabuena, no se ponga así. Ahora, sin nadie en casa, campará por sus respetos. Ande, vamos a jugar una partida. ¿Por dónde anduvo estos días?

Don Baldomero dijo que venía a hablar con Carlos y que esperasen a otro para jugar; pero como Carlos disponía de poco tiempo, porque tenía que acompañar a doña Mariana, el boticario se decidió por el tresillo y empezó a contar que había estado en La Coruña y lo que había visto en materia de cafés cantantes y bailarinas.

—Eso. Usted, divirtiéndose, y su señora, a la montaña, la pobre. La vi entrar en el coche y no doy un patacón por su vida.

—Bien podía usted callarse.

—¿Qué quiere que le diga? ¿Que la encontré de buen color? Usted sabe que no es cierto. Pero, ya ve: si estuviera en mi mano salvar su vida o la de doña Mariana, que también está para espicharla, la salvaría a ella.

Cubeiro levantó la visera verde y miró a Carlos.

—Con perdón de usted, don Carlos, que ya sé que es su amigo. Pero en este pueblo no le tenemos mucha simpatía. No hace más que pinchar constantemente al amo, y el amo, por causa de ella, anda de mal humor. Y es lo que yo digo: si no hay otro remedio que aguantar a un amo, pues que sea uno solo y que viva contento para que estemos tranquilos los demás. He llegado a esta conclusión después de mucho pensarlo.

El juez repartía cartas. Don Baldomero abatió las suyas con rabia.

—¡Qué naipe, Dios!

—No se queje. Mala suerte en el juego, pronto se quedará viudo.

Hacía frío, a pesar de la estufa. Carlos apalabró una entrevista con don Baldomero para dos o tres días después y regresó a casa de doña Mariana. Seguía amodorrada. Había estado el médico y la había encontrado igual.

—Dice que volverá después de cenar.

Entró en el cuarto de estar, encendió un cigarrillo y se sentó junto al fuego. El viento sacudía las ventanas, y el estruendo de las olas, reiterado, tremendo, envolvía la casa, imponía su ritmo al pensamiento.

Corrió las cortinas y volvió a sentarse. Unas horas antes daba por seguro que doña Mariana se curaría. Ahora, sin haberlo vuelto a pensar, contaba con su muerte. La idea le saltó en la conciencia, y allí permaneció, solitaria, quieta. Pasó unos minutos sin pensar en otra cosa, dándole vueltas o, más bien, dando vueltas a su alrededor, hasta que sintió miedo de quedarse solo.

—Si muere, me marcharé. No se me pierde nada en Pueblanueva.

Recordó, entonces, a Rosario. De Rosario se desharía rápidamente. Rosario no le diría: «Lléveme con usted», ni le pediría nada: se limitaría a asentir, a aceptar, a resignarse.

De repente, se levantó y fue al cuarto de doña Mariana. Una sola luz, muy débil, en un rincón, lucía en la penumbra. Acercó una silla a la cama y se sentó. Doña Mariana respiraba con fatiga; el aire sacaba a los bronquios ruidos destemplados, sibilantes o roncos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.